
EL ÁNGEL. Carlos Eduardo Robledo Puch nació el 22 de enero de 1952. Con su padre, un inspector de interior en General Motors, y su descendencia de alemanes, vivió en Tigre y Villa Adelina. A principios de los 70, Carlos Eduardo era un joven flaco, de cara aniñada y cabellera rubia rizada. Esa fisonomía fue la que sorprendió a los medios cuando lo atraparon y le imputaron 19 robos y 11 asesinatos. De chico, Robledo era inteligente, leía mucho y tomaba clases de piano. Sus amigos le decían "leche hervida", por lo calentón, o "el colorado", apodo que lo enfurecía. Ese carácter lo llevó a recorrer varios colegios. A los 15, por robar una moto pasó un tiempo la Escuela de Artes y Oficios José Manuel Estrada, un correccional de Los Hornos. En sus años de estudiante, Robledo conoció a Jorge Ibáñez, un rosarino dos años más chico que él, pero con más experiencia (robaba desde los 10), que más tarde se convertiría en su socio. Para el joven Puch, Ibáñez era un tipo libre. E1 10 de enero de 1970 Carlos Eduardo abandonó la casa de sus padres, nueve días antes de cumplir los 19 años. Quería festejarlo.
ONCE MESES. "A los veinte años no se puede andar sin coche y sin plata", pensaba Robledo en 1970, cuando junto a su socio Ibáñez, inicia los once meses que lo convertirán en el "Ángel de la muerte". En septiembre, el dúo asaltó la joyería de Rachmil Israel Isaac Klinger, en Olivos y un taller de caños de escape. Empezaron a manejar plata: habían juntado $210.000. En enero de 1971 entraron en una concesionaria de motos en San Fernando. Los atracos eran con la misma modalidad: ingresaban por una ventana o haciendo un hueco en el techo, y Robledo llevaba el arma lista para eliminar al que se le cruce. El 15 de marzo de 1971 cometen el primer homicidio. Los socios entraron por una ventana trasera al boliche Enamor, en Espora 3285, de Olivos. El dueño y el sereno dormían. Robledo los liquidó sin que despertaran. El 9 de mayo, entran en una casa de repuestos de autos y Robledo le pega dos balazos al sereno y dos más a su mujer, que mientras agonizaba fue violada por Ibáñez. Escapan con 300.000 pesos y repuestos para el Fiat 600 en el que andaban. El 24 de mayo entran haciendo un hueco en el techo en el supermercado Tanti de Olivos. Robledo mata de un tiro al sereno. El 13 de junio, en un Ford Fairlane robado en Constitución, levantan a una chica a la salida de un boliche y la llevan para la Panamericana. En el camino, Ibáñez la viola. En plena ruta, Robledo la acribilló de cinco tiros por la espalda. Pocas noches después, Ibáñez quiso repetir: levantan otra chica, pero se resiste a la violación. Robledo la liquidó a tiros. El 5 de agosto, Robledo e Ibáñez circulaban en un Siam Di Tella por la avenida Cabildo y se estrellan contra otro coche. Ibáñez murió en el acto. Más tarde, se especuló que Robledo había liquidado a su cómplice y simuló el accidente. Nunca se supo. Había terminado la pareja en la que el muerto era la cabeza pensante y Robledo el ejecutor.

DETENCIÓN. Con la identificación del muerto, la Policía llegó a la casa de Somoza. La madre les contó que su hijo andaba con su amigo "el colorado" Carlos Robledo, y los mandó para la casa de su familia, en Las Acacias al 200, de Villa Adelina. Carlos Eduardo Robledo Puch fue detenido el 3 de febrero cuando llegó inconcientemente en una moto y se encontró con una comitiva policial. Fue condenado en 1980 a pasar la vida en la cárcel y en el juicio confesó los crímenes. El escritor Osvaldo Soriano lo describió como el producto de "la apetencia arribista de algunos jóvenes cuyos únicos valores son los símbolos del éxito". Sea como fuere, "El Ángel de la muerte" se convirtió, en sólo un año, en el mayor asesino por cuestiones no políticas en la Argentina, superando, incluso, al mítico Petiso Orejudo.
“No he vivido nada”
Por Rodolfo Palacios*Se siente un muerto en vida. Niega ser asesino. Dice que está solo en el mundo y que todos los días muere un poco. En sus delirios sueña con suceder a Perón del mismo modo que antes se presentaba como profeta de Dios. Llora a sus padres muertos y profetiza que al mundo no le quedan más de 20 años. Llegué a estar frente a Carlos Eduardo Robledo Puch después de tres años de insistencia. Siempre rechazaba mis pedidos de entrevista. En julio de 2008 cambió de opinión. “Te recibo porque admiro a Lanata”, me dijo en la cárcel de Sierra Chica. A Jorge Lanata, por entonces director de Crítica de la Argentina, le mandó dos cartas y hasta se postuló para ser columnista del diario. Durante los ocho encuentros que tuve con él (me anotó como “amigo” en la única visita que autorizó) en lugar de un monstruo descubrí a un hombre resignado a pasar el resto de sus días en la cárcel, donde los guardias lo llaman cariñosamente Carlitos. Está viejo y pelado. En su celda vive con su gata Kuki, escucha la radio y lee a Niezstche. Trabaja en un taller de carpintería, pese a que los jueces que le negaron la libertad argumentaron que no se capacita ni trabaja. “No he vivido nada”, me dijo una vez, entre lágrimas. Sospecho que tiene razón. Como escribió Osvaldo Soriano, Robledo Puch se aniquiló a sí mismo.
*Periodista del diario Crítica de la Argentina