lunes, 1 de enero de 2007

Entrevista a Carlos Rozanski

Entrevista a Carlos Rozanski, presidente del tribunal que condeno a Miguel Etchecolatz
“La impunidad ataca la memoria, la justicia permite mirar para adelante”

[ ANPRESS ] LA PLATA, 01 ENE.- “La impunidad ataca la memoria, la justicia permite mirar para adelante”. Con esa frase, el presidente del Tribunal Oral Federal N°1, Carlos Rozanski, que juzgó y condenó a reclusión perpetua al represor Miguel Osvaldo Etchecolatz por los crímenes cometidos durante un genocidio, definió el accionar de la justicia en los casos donde se investigan delitos de lesa humanidad, y en este caso particular, que se convirtió en el primer proceso con sentencia tras la anulación de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida.

El magistrado atendió a Anpress en su despacho, donde habló de la histórica condena. El juez abundó sobre la importancia de un juicio de estas características para contrarrestar la impunidad y como hecho reparador para las víctimas y sus familiares.

Para acceder a la oficina del juez Rozanski hay que subir cinco pisos del ex Hotel Provincial, donde tiene su sede el palacio de tribunales Federales platense. Tiene una de sus paredes revestida de diplomas y de fotos, y reproducciones en la otra. En el escritorio en el que preparó y trabajó en el juicio que culminó con la reclusión perpetua de Etchecolatz, el juez respondió a cada una de las preguntas.

-Ud. Junto con los jueces Lorenzo e Insaurralde firmó la condena a reclusión perpetua a Etchecolatz en donde sostiene que los crímenes del represor fueron “en el marco del genocidio cometido entre 1976 y 1983”. ¿Cómo entiende que esa sentencia influye hacia atrás en la historia respecto de 30 años de búsqueda de justicia; y hacia el futuro, con los procesos a represores por realizarse?

R: Ahí hay una cosa que tiene que ver con la razón por la que se puso de esa manera: el código penal no contempla en la Argentina la figura legal del genocidio, y aunque lo hubiera contemplado específicamente, y Etchecolatz hubiera sido indagado, procesado y requerido la elevación a juicio por ese delito, entonces se podría haber aplicado la figura para condenarlo por genocidio, pero no hubiera variado la pena porque la que se aplicó es la pena máxima del código penal. Pero hubiera quedado que el delito por el que se lo condenaba era ese. Entonces, si bien no se podía poner como delito motivo de condena, si debía, a mi entender, ponerse concretamente que se trató de un genocidio.

-¿Cómo influye la sentencia?

R: Respecto de los 25 años pasados la sentencia no va a modificar lo que pasó, pero tiene un aspecto si se quiere más filosófico, que es el sentido de llamar las cosas por su nombre. Y eso tiene mucha trascendencia porque durante 25 años se escuchó reclamar que se diga que esto fue un genocidio y no se dijo, entonces terminado el primer juicio de ese período, no podía no decirse. Y ya no por la trascendencia jurídica, sino simplemente por sentido común y por Justicia. De modo que el sentido hacia atrás es ponerle el nombre que al menos a mi entender y compartido por mis colegas, tuvo lo que sucedió en la Argentina.

-Respecto al futuro...

R: En cuanto al futuro en lo que pueda influir, por lo menos desde mi modo de verlo, y que tiene que ver con la motivación para ponerlo explícitamente, tiene que ver con la forma en que se puede encarar o no un proceso de esta naturaleza. Si estos delitos son tomados solamente con el concepto tradicional de que el homicidio es matar una persona, de que los tormentos es infringirle un sufrimiento, entonces eso va a ser una suma de delitos y nada más. Y si es una suma de delitos, los procedimientos tanto para la investigación, para los testigos, para la evaluación de la prueba, para la producción de medidas de prueba, todo eso no va a ser distinto de lo que se hace habitualmente en delitos tradicionales. Si por el contrario, entendemos que llamar a esto genocidio le da una connotación distinta, porque a mi entender obliga a quien está investigando y después a quien está juzgando, a interpretar cada una de las pruebas y las medidas que va a tomar de acuerdo a ese concepto, entonces hay una diferencia importantísima. ¿Qué quiere decir esto? Que si un testigo hace 30 años fue torturado y tenía los ojos vendados, 30 años después pretender un relato como si no hubiera tenido los ojos vendados o como si no hubieran pasado esos, o como si no hubiera tenido un trauma brutal por lo que le pasó, es llevar la investigación a un punto bastante injusto que es sacarla de contexto. Llamar a esto genocidio debería ser interpretado por quien está investigando y eventualmente juzgando, tendría que ser llamado a reflexión de que es obligatorio enmarcar adecuadamente los hechos para poder producir medidas de prueba y después interpretar en la medida justa de lo que ha sucedido. Porque si no, se es injusto con el testigo, con la víctima, con los familiares de la víctima. Ese es el sentido último de para qué tiene que servir que una cosa se llame de una manera y no de otra.

-En la sentencia usted dice que “el derecho crea verdades”. De alguna manera, ¿cree que se cierra una etapa y se deja sentado el hecho de que nuestro país vivió un genocidio?

R: Sin la más mínima duda, lo que pasa es que en otro terreno habría que analizar las razones por las cuales costó tanto tiempo decirlo. En alguna medida, y esto es una apreciación personal, que se tarde 25 años en reconocer algo obvio, prueba también la dimensión de la tragedia sucedida, porque evidentemente se siguen pagando los costos hoy día.

-¿Cree que 30 años después el pueblo argentino estaba en condiciones de asumir esa realidad?

R: Hay un hecho objetivo que es que si no hubiera el espacio adecuado de parte del Estado no se hubiera podido llegar a un juicio así, ni a una sentencia así. Y esto es importante porque significa que más allá de la Justicia, el reclamo no se consigue si no hay un espacio para que el reclamo sea oído. Desde ese punto de vista, no cabe ninguna duda de que el espacio existió y no por el capricho de un gobernante, sino que existió por la evolución de la sociedad argentina.


-En la sentencia, recuperaron el debate en la ONU de 1946 sobre genocidio. ¿Por qué consideraron que es aplicable la definición del genocidio a la Argentina?

R: Si se quiere interpretar que no hubo genocidio, se podía decir y se dijo de mil maneras distintas. Pero la realidad es que si uno es objetivo y analiza los hechos en el contexto, cuando la Convención (de los Derechos del Hombre de París de 1948) se firma, previamente en el año ‘46 cuando finaliza la Segunda Guerra Mundial, al definirse inicialmente el genocidio se incluyen los grupos ideológicos o políticos. Luego de ese pronunciamiento de las naciones Unidas que es, creo, la resolución 86, en el año 1948 hay un proyecto de Convención en el que también se incluyen los grupos políticos. Y recién en la Convención (de 1948) y por razones de coyuntura histórica se saca la alusión a los grupos políticos, y se sabe que esto tuvo que ver explícitamente con el régimen de Stalin. Entonces, si uno conoce esos antecedentes lo lógico es analizar los hechos que pasaron en la Argentina en el contexto amplio de lo que significa en concepto de genocidio y no en la cosa restringida a la Convención. Y aún, y esto está explicado en el fallo, cuando se entendiera que solo vale la definición de la Convención, bueno, la Convención incluye grupos nacionales, entonces se analiza en el fallo: lo sucedido en la Argentina involucra al grupo nacional víctimas. Las víctimas de los hechos producidos en ese período (1976-1983) son integrantes del grupo nacional en los términos de la Convención sobre genocidio.

La condena al represor

-¿Cree que Etchecolatz es la punta de un iceberg. Qué es sólo el comienzo por lo más alto de la pirámide de las responsabilidades en los crímenes de lesa humanidad?

R: Yo no sabría decir eso ni debería opinar sobre eso porque sigo actuando en otras causas. Pero la idea es que Etchecolatz fue juzgado por una cantidad de delitos en los que no intervino solo. Sólo que se juzgó la responsabilidad de él.

-¿En el juicio quedó demostrado en todo caso que comandaba grupos?

R: Sí, pero eso ya estaba probado. Por ejemplo: que en la Argentina hubo un plan sistemático surge del Juicio a las Juntas. Más allá de que nunca se le haya puesto un nombre distinto, pero la mecánica de la tortura, del secuestro, eso está todo en la sentencia. Todo eso por supuesto que salió en el juicio a Etchecolatz, pero ya estaba de antes.

–¿En qué aspectos considera que el juicio de Etchecolatz hizo aportes a la reconstrucción del plan sistemático de exterminio?

R: Refuerza algo que ya había sido probado pero que en un paréntesis de 25 años, y si se vuelve a juzgar casos de esta naturaleza, es imprescindible recordarlo para decir: aquello que ya fue probado hoy se constata una vez más, porque hay personas que están relatando de manera no cuestionable con testimonios absolutamente claros y veraces, cómo han sucedido las cosas. Eso tiene un valor importante en cuanto a mantener la memoria. La impunidad ataca la memoria porque con el tiempo, por más reclamo que haya se pierde. La justicia cuando termina y cierra el círculo no solo permite el duelo de lo que nunca se puede cuando hay impunidad, sino que además permite mirar para adelante diciendo «por lo menos no dejamos atrás nada», en este caso particular porque tuvimos el espacio para juzgarlo y condenarlo; y eso cierra. Eso le permite (a las víctimas y sus familiares) comenzar un duelo que nunca se pudo hacer.

-¿Piensa que este juicio funcionó como instancia reparadora para los familiares y sobrevivientes? ¿Considera que estos juicios son reparadores?

R: Es subjetivo, pero yo en lo personal creo que sí. Y tiene que ver con lo que yo escuché: si una Madre (de Plaza de Mayo) dice que tenía una opresión en el pecho durante 30 años y se le fue y esa sensación física la tiene a partir de la sentencia es un hecho inobjetable, porque se puede cuestionar lo que la gente hace o dice, pero no lo que siente. Entonces si una Madre puede sentir eso, yo creo que mayor ejemplo paradigmático del valor reparador de un cacto de justicia no se donde se podría encontrar si no es en esto. Entonces, desde ese punto de vista yo no tengo ninguna duda, porque ese es uno de los testimonios que yo escuché porque me lo han dicho a mí. Eso yo lo presencié, lo vi y soy un convencido que el acto reparador que tiene una sentencia justa no es igualable con ninguna terapia. Hay que hacer terapias, lógico, pero la base de comenzar a elaborar un duelo es saber lo que pasó y que haya una respuesta del Estado, que no es otra que la sanción. Y eso es lo que se negó en este caso particular durante 25 años.

Caso López

-¿Qué piensa que el juicio haya sido teñido con la desaparición de Jorge Julio López? ¿Por qué cree que pasa esto, que el país deba vivir nuevamente esta situación?

R: Eso era impensable. Se habló mucho y se cuestionó con razón la ausencia del Estado en la protección de las víctimas. Lo cierto es que en todos los casos la protección específica, su demanda, tiene que ver con que uno se siente inseguro. Y acá se da la paradoja de que si el espacio existió para hacer este tipo de juicio, uno lo último que puede pensar es que dentro de ese espacio se puede llegar a una tragedia como la que estamos viviendo. Es más, creo que si hubiera existido conciencia de la posibilidad de este tipo de tragedia se hubieran encarado las cosas de otra manera. Pero la sociedad no consideró eso; no es un caso de que la Justicia o el Estado no lo consideró: las propias querellas no lo consideraron. Porque no esperaban esto. Lo que no quiere decir que, sucedido, uno no deba sentarse a pensar cómo se sigue. Porque se sigue, por supuesto.

-Cuando fue amenazado usted dijo que los juicios a los represores eran irreversibles... ¿Cómo se sigue?

R: Es irreversible; eso es un hecho y no tengo ninguna duda de que no hay vuelta atrás. Lo que sí hay es una toma de conciencia que fue creciendo con la desaparición de López, donde la Provincia se movilizó para generar mecanismos de protección que antes no estaban; la Nación lo mismo.

-¿Que tipo de testigo fue López en el juicio?

R: López es un hombre que no tiene ningún tipo de inhibición para contar lo que pasó. Necesita contarlo y tuvo el valor para contarlo. Entonces, en última instancia es el mejor testigo, porque no especula, no tiene reservas, no se guarda cosas y facilita, porque en general, el testigo es reticente de mala o buena fe, pero estamos hablando del que tiene dificultades para contar las cosas, se puede saber igual la verdad a través de su testimonio pero requiere proceso de interpretación distinto. En cambio, el testigo que como en el caso de López se sienta y cuenta lo que pasó y lo cuenta con una claridad y una lógica irrebatible, López dijo: “desde el lugar tal y tal se veía una palmera y un techo de tejas”. Cuando fuimos al lugar dijo: “ahí está”. Tengo una foto donde él me señala todas esas cosas.

Carlos Rozanski es con 55 años dueño de un amplio currículum vitae: es el primer juez federal nombrado por concurso por el Consejo de la Magistratura; fue titular de la Cámara del Crimen de Bariloche y participó en el Consejo de la Magistratura de Río Negro. Además, es especialista en legislación sobre maltrato y abuso infantil –muchos de los diplomas colgados en la pared de su despacho lo confirman- y publicó el libro “Abuso sexual infantil: Denunciar o silenciar”, y es el redactor de la ley 25852 del CPPN que regula el testimonio de chicos abusados ante la justicia. Junto con los jueces Norberto Lorenzo y Horacio Insaurralde, firmó la sentencia a Etchecolatz y fue uno de los funcionarios judiciales que recibieron amenazas. [ANPRESS]

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