domingo, 16 de agosto de 2009

Feminicidios y sabor a injusticia en Cipoletti

En siete años fueron asesinadas diez mujeres. En ningún caso identificaron a los autores

Aunque en nada se parece a Ciudad de Juárez, tristemente famosa por las miles de mujeres asesinadas en sus calles polvorientas, en medio del desierto mexicano, Cipoletti también logró su fama por los crímenes de mujeres: con sólo cinco años de diferencia, en esa localidad ubicada en el nacimiento del Río Negro, se produjeron dos triples femicidios, un concepto creado por el movimiento feminista para definir los asesinatos causados por la violencia sexista. Y hubo cuatro muertes más.

Las hermanas María Emilia y Paula González, y Verónica Villar, de 24, 16 y 23 años, fueron violadas y asesinadas a disparos un domingo de noviembre de 1997 cuando paseaban. Por ese hecho fue detenido Claudio Kielmasz y la justicia rionegrina lo condenó a prisión perpetua por secuestro seguido de muerte, pero nunca le pudieron probar los homicidios.

En marzo de 2002, la tragedia se repitió: en un consultorio de análisis clínicos fueron ultimadas la psicóloga Carmen Marcovecchio (39), una paciente suya, Alejandra Carbajales (37) y la bioquímica Mónica García (30). Las ataron, las acuchillaron y las rociaron con ácido. Por este segundo ataque fue condenado a perpetua David Sandoval, considerado coautor del crimen.

En los dos casos, los detenidos no actuaron solos. Así lo creen la justicia y las familias de las víctimas. Los otros asesinos están sueltos. Y aún persiste en Cipoletti el temor que causa la impunidad.


EL PRINCIPIO DE LA HISTORIA. La tarde del 9 de noviembre de 1997 casi no soplaba el viento. Era una linda tarde en el Alto Valle patagónico y María Emilia González, estudiante de maestra jardinera, invitó a Paula, su hermana de 17 años, a caminar. El papá les prestó el Ford Falcon para que pasaran a buscar a su amiga, Verónica Villar, una estudiante de Agronomía.

Las jóvenes fueron hasta el barrio Magister, a la casa de Alejandra, otra amiga, para invitarla. Pero no estaba. Dejaron el auto ahí, tomaron por la calle San Luis y enfilaron hacia un circuito aeróbico que utilizan los vecinos para caminar. Alguien las vio cuando pasaron por la Circunvalación. Después, desaparecieron.

Esa misma noche los padres de las tres chicas empezaron una búsqueda desesperada. Nadie sabía donde estaban.

Las tres mujeres fueron encontradas el 11 de noviembre. Toda la comunidad se involucró en la búsqueda.

No las encontró la Policía rionegrina. Fue Ámbar, la perra manto negro de Dante Caballero, un vecino, que las halló a las 9.30 del martes, a unos cuatro kilómetros del pueblo.

La perra encontró a Verónica Villar. Tenía las manos atadas con los cordones de sus zapatillas y estaba amordazada con un pañuelo. Cerca de ella estaban sus amigas, semienterradas en Los Olivillos, una arboleda de frutales, a unos 200 metros de la calle por la que habían caminado.

Verónica fue asesinada con un corte en la garganta y a golpes. María Emilia tenía un tiro en la cabeza a la altura del oído. Paula Micaela dos: uno en el centro de la espalda y otro en la cabeza. Las hermanas también estaban atadas y amordazadas.

Más tarde, los estudios forenses determinaron que habían sido previamente violadas. Los peritos descubrieron, además, que el lugar del hallazgo, no fue el del crimen: a las tres mujeres las mataron y luego las arrojaron en Los Olivillos.


PUEBLADA. Apenas se supo del crimen, los negocios de Cipoletti cerraron. El Municipio declaró asueto. No hubo actividad en la facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional del Comahue, ni clases en las escuelas primarias y secundarias. Esa misma tarde una multitud pidió justicia en las calles de la ciudad.

El 12 de noviembre, 25.000 personas fueron al entierro. Domingo a domingo, los cipoleños marcharon. Al año, 35.000 personas caminaron por la ciudad, y un grupo apedreó la comisaría Primera.

La reacción popular tuvo un porqué. El juez Pablo Iribarren quiso resolver el caso rápidamente, pero lo único que hicieron los policías que colaboraron en la investigación fue detener al elenco estable de delincuentes de la zona, que rápidamente fueron liberados. Esos efectivos fueron luego echados de la fuerza.

Al año del crimen estaban detenidos dos imputados. Claudio Kielmasz, se entregó solo: aportó el arma con que habían matado a las chicas. Pasó de testigo a imputado. También arrestaron a Guillermo González Pino, un vendedor de autos.

Al primero la justicia lo condenó a prisión perpetua. A González Pino, a 18 años, pero después fue absuelto por falta de pruebas.


REPUDIO Y DOLOR. "El encubrimiento político, policial y judicial está latente. Es el emergente de este caso", dijo Ofelia Mosconi de Villar, mamá de Verónica, al cumplirse once años del crimen.

Los familiares de las víctimas están convencidos de que el crimen no pudo haberlo cometido un solo hombre. Creen que hay asesinos sueltos.

"No se esclarece por esta complicidad", aseguró la mujer. Esa complicidad es la que garantizó la impunidad en ese primer triple crimen.

"Estamos viviendo un alto grado de terror. Además de fobias, padecemos tensión y angustia. Estamos durmiendo con el enemigo", dijo una vecina de Cipoletti al diario Río Negro durante una marcha por justicia, al describir lo que viven los habitantes de esa ciudad después del segundo triple crimen (ver aparte).


Ataque sangriento en un laboratorio

Parecía imposible. Pero en marzo de 2002, el femicidio se repitió. Esta segunda vez el triple crimen de mujeres fue en un laboratorio y las víctimas fueron la bioquímica Mónica García, la psiquiatra Carmen Marcovecchio y la paciente Alejandra Carbajales. Ketty Bilbao, otra paciente de 71, sobrevivió al ataque. Las tres fueron asesinadas a puñaladas y el matador las roció con ácido acético. David Sandoval, fue detenido, absuelto en un primer juicio y condenado a perpetua como "coautor" en un segundo debate. Por ese femicidio también hay asesinos sueltos.

A las 20 del 23 de mayo, un joven de entre 20 y 30 años entró al laboratorio "Lacyb", ubicado en 25 de Mayo y Roca, en pleno centro de Cipoletti y cerró las puertas con llave.

Ese hombre ató a las cuatro mujeres que había en el lugar. Las apuñaló y asesinó a tres de sus víctimas de 60 puñaladas. Además, disparó contra una de ellas y las roció con ácido que encontró en el lugar.

Carbajales fue degollada y murió en el acto; García recibió cuatro puñaladas y quemaduras en la cara. Falleció en un hospital. Marcovecchio recibió diez cuchilladas y murió instantes más tarde.

Bilbao, la sobreviviente, fue herida a balazos, golpeada y lastimada con ácido.

Cipoletti volvió a conmocionarse. Poco después fue detenido David "El loco" Sandoval, un lavacoches que en 1992, cuando tenía 16 años, había permanecido alojado en un instituto de menores por robos reiterados. Además, su nombre figuraba en el registro de los pacientes que atendía Marcovecchio en un consultorio.

Fue juzgado por los crímenes y en 2004 lo absolvieron por falta de pruebas. Pero el Superior Tribunal de Justicia, debido a las contradicciones en las pericias, anuló ese fallo y en otro juicio, en 2007, lo condenaron a prisión perpetua como partícipe necesario del triple crimen. Luego sumó otra causa por la violación de un menor.



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